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martes, 14 de octubre de 2025

.... al Sexagesimo Septimo Mes de Cuarentena Cortesia del Coronavirus

 


꧁ 。⁠*✧ Que Pasaria si "Corona-Chan" Hubiese Sido En Realidad 1 Alma Vengativa de Alguna Persona Fallecida - Featuring Freepik, Openart.ai, Ahrefs.com & Talk.info✧⁠*⁠。꧂

(todos los textos fueron traducidos del Ingles, mediante la herramienta web de Google Translate Tools)

.... aquí van 3 historias que complementaran un Lore ficticio mas diverso, disfrútenlos.



 Título: "La Venganza del Susurro"

En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y brisas suaves, la vida solía ser tranquila y sencilla. La gente se conocía, y las preocupaciones del mundo exterior parecían lejanas. Sin embargo, un oscuro secreto acechaba bajo la superficie de esa aparente calma. Hace años, en una cabaña al borde del bosque, vivía un hombre llamado Alberto, un ermitaño solitario que había decidido alejarse de la sociedad.

Alberto había sido un hombre de ciencia, un médico brillante que había dedicado su vida a ayudar a los demás. Sin embargo, tras perder a su esposa en un trágico accidente, su corazón se llenó de dolor y resentimiento. Se sumergió en la investigación de enfermedades, con la esperanza de un día encontrar una cura que pudiera devolverle a su amada. Pero la lucha contra la muerte había convertido su amor en desesperación, y poco a poco se fue aislando de su comunidad, sumido en sus experimentos y obsesiones.

Una noche de tormenta, mientras realizaba un ritual en su laboratorio, lanzó una maldición en un arranque de ira contra el destino que le había arrebatado su felicidad. "Que la angustia que siento se extienda a todos aquellos que no valoran la vida. Que el sufrimiento sea su compañero", murmuró mientras una extraña neblina emergía de los frascos que estaban esparcidos por su mesa. La niebla se deslizó hacia el exterior, como si adquiriese vida propia y, en un instante, desapareció en la oscuridad del bosque.

Poco tiempo después, Alberto fue encontrado muerto en su cabaña, dejando tras de sí solo el eco de su rencor. La comunidad, al enterarse de su muerte, sintió un alivio, pues habían ignorado sus llamados de ayuda a lo largo de los años. Sin embargo, lo que los aldeanos no sabían era que el alma de Alberto no había hallado la paz. Había dejado un rastro de venganza que se manifestaría en un futuro cercano.

Años después, cuando el mundo comenzó a sucumbir ante una nueva enfermedad, un virus desconocido empezó a propagarse por el pueblo. Nadie sabía de dónde había venido. Los síntomas eran extraños: una tos seca, fiebre elevada, y un cansancio abrumador. Aquellos que caían enfermos lo hacían rápidamente, y sus cuerpos dejaban de responder. Aunque el pueblo estaba acostumbrado a enfrentar calamidades, esta vez la situación era diferente; la gente murió en soledad, encerrada en sus casas, mientras el miedo se apoderaba del corazón de todos.

Los aldeanos comenzaron a murmurar entre ellos, recordando la historia de Alberto. “¿Acaso su rencor ha regresado?”, se preguntaban. Una anciana, doña Rita, aseguró haber visto a una sombra en el bosque, un susurro que la llamaba en las noches de luna llena. “Es el alma de Alberto que busca venganza”, decía con la voz temblorosa. “No encontró la paz en vida, y ahora su dolor nos condena a su sufrimiento.”

A medida que el virus se propagaba, la paranoia se adueñó del pueblo. La gente empezó a vivir con miedo, distanciándose y desconfiando de sus vecinos. Aquel que tosía era apartado, y los rumores se convertían en juicios. El pueblo se dividía en bandos: quienes creían que la enfermedad era un castigo divino, y quienes consideraban que era una prueba de la humanidad.

Un grupo de jóvenes, decididos a encontrar respuestas, se adentró en el bosque una noche con la esperanza de descubrir la verdad detrás del virus. Se reunieron alrededor de la antigua cabaña de Alberto, ahora cubierta de maleza. En su interior, encontraron los antiguos frascos y documentos de su investigación. Al leer las palabras escritas por el médico, comprendieron que la frustración de Alberto lo había llevado a experimentar con formas de vida, buscando una manera de prolongar la existencia humana. Sin querer, había creado un patógeno que había permanecido latente, esperando el momento oportuno para manifestarse.

Alarmados, los jóvenes decidieron llevar su descubrimiento al pueblo, en un intento de unir a la comunidad contra el virus. Con el tiempo, lograron desmitificar los rumores, enfatizando la importancia de la ciencia y del cuidado mutuo. La sanación llegó poco a poco, con la colaboración de todos, quienes decidieron dejar de lado sus miedos y prejuicios.

En una noche calma, tras muchas semanas de lucha, el pueblo se reunió en la plaza. Encendieron una fogata en honor a los que habían perdido la vida por la enfermedad y ofrecieron un momento de reflexión. En ese instante, sintieron una brisa suave que recorrió el lugar, y un susurro casi imperceptible pareció rondar en el aire. Puede que no pudieran cambiar el pasado, pero al menos ofrecieron perdón y compasión, no solo a los que se habían ido, sino también a Alberto.

Aunque el virus había dejado cicatrices, la comunidad emergió transformada, recordando que el verdadero camino hacia la curación iba más allá de la ciencia. Era un proceso que implicaba la conexión humana, la aceptación del dolor y la búsqueda de redención. Así, el alma de Alberto, a pesar de su rencor, encontró un poco de paz cuando el pueblo finalmente decidió abrazar el amor y la solidaridad, convirtiendo su historia de venganza en una de esperanza y renovación.

 

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 Título: **El Susurro del Olvido**

En un pequeño pueblo llamado San Vicente, ubicado en un rincón apartado del mundo, la vida transcurría con una placidez casi mágica. Sus habitantes tenían un apego profundo a las tradiciones y, a menudo, contaban historias de generaciones pasadas. Una de las más populares era la leyenda de Doña Elena, una anciana que había sido la herbolaria del pueblo. Se decía que, tras su muerte, su alma no había encontrado paz debido a la injusticia que había sufrido en vida.

Doña Elena había sido una mujer venerada, pero también objeto de envidia por su habilidad para curar y su sabiduría acerca de las plantas. Muchos acudían a ella en busca de remedios, pero algunos la acusaron de brujería cuando sus potencias parecían superar la comprensión de los menos creyentes. Una tarde, un grupo de aldeanos, liderado por el ambicioso don Felipe, la acusó de hechicería. En una cacería de brujas, la condenaron al exilio en lo profundo del bosque, donde, se decía, la naturaleza se tornaba oscura y siniestra. Nadie se atrevió a buscarla, y el pueblo se olvidó de su existencia.

Era un día cualquiera cuando, muchos años después, el pueblo comenzó a experimentar algo extraño. Una enfermedad desconocida comenzó a propagarse, afectando a los más vulnerables. Al principio se pensó que era un simple resfriado, hasta que los síntomas se tornaron mortales. En cuestión de semanas, el aire se llenó de miedo y desconfianza. El virus que los aquejaba parecía colarse en cada hogar, robando vidas y dejando a las familias sumidas en la tristeza. La situación se tornó crítica y, a medida que el número de contagios crecía, la atmósfera del pueblo se tornaba más oscura y opresiva.

Los ancianos del lugar, con el rostro pálido y los ojos llenos de preocupación, comenzaron a recordar a Doña Elena. Uno de ellos, Don Jorge, fue el primero en hablar. “Siempre hubo rumores sobre el espiritu de Doña Elena. Dicen que antes de morir, ella juró que regresaría para vengarse de quienes la habían maltratado. Quizás este virus sea su forma de castigar a aquellos que la llevaron al olvido”.

La idea causó revuelo. Aunque muchos la consideraban una superstición, otros comenzaron a dar crédito a la posibilidad de que el alma de Doña Elena estuviera presentando cuentas. Un grupo de jóvenes decidió que debían hacer algo al respecto. Eran los mismos que, tiempo atrás, se habían burlado de las historias del pueblo y habían ignorado a las personas mayores. Decidieron organizar un ritual de perdón, con la esperanza de que esto calmaría la furia del espíritu y, quizás, detendría la enfermedad.

En una noche de luna llena, se reunieron en el lugar donde Doña Elena solía recoger hierbas medicinales. Llamaron a su espíritu, pidiendo perdón por haberla olvidado y por el sufrimiento que su muerte había causado. Con velas encendidas, recitaron antiguos poemas en honor a la anciana y ofrecieron flores frescas como símbolo de reconciliación.

Mientras recitaban, se escuchó un susurro helado que recorrió el aire. La brisa se intensificó, y entre los árboles, se formó una sombra, una figura etérea que parecía danzar entre la luz y la oscuridad. Los jóvenes sintieron un escalofrío recorrer sus espinas, pero no se atrevieron a apartar la mirada. Con un grito ahogado, un joven se lanzó a su encuentro, implorando por la redención del pueblo.

De repente, el viento se aquietó y la figura se materializó, revelando el rostro de Doña Elena. Sus ojos, llenos de tristeza y rabia, miraron a los jóvenes. “Habéis olvidado las enseñanzas de vuestros ancestros. Habéis traído miseria al mundo. Pero no vendré a vengarme. Solo busco que comprendáis lo que significa el sacrificio y la compasión. La enfermedad que padecéis no es solo un castigo, sino también un recordatorio de que la memoria es vital”.

Sus palabras resonaron en el corazón de los jóvenes. Comprendieron que su falta de respeto por la historia y las tradiciones había tejido una red de sufrimiento que había permitido que la enfermedad se propagara. Con lágrimas en los ojos, se arrodillaron y le pidieron perdón nuevamente.

Doña Elena sonrió, y la atmósfera del lugar se transformó. El aire se volvió más ligero, y el eco de la tristeza comenzó a disiparse. “Vivid con amor y gratitud, recordando siempre a aquellos que os precedieron. Solo así encontraréis la paz”. Al pronunciar estas palabras, su figura se desvaneció en la brisa, y los jóvenes sintieron que la presencia del dolor comenzaba a alejarse con ella.

En los días siguientes, el pueblo comenzó a recuperarse. Aunque el miedo no desapareció de inmediato, la esperanza renació entre los aldeanos. Se organizaron celebraciones en honor a Doña Elena y se comenzó a compartir su conocimiento sobre las plantas y la medicina natural. A medida que el pueblo se unía, la enfermedad perdía fuerza, y el espíritu de Doña Elena se convirtió en símbolo de unión y fortaleza.

San Vicente aprendió a recordar y honrar a aquellos que habían pasado, entendiendo que la memoria es un puente que conecta a las generaciones. Y aunque la historia del coronavirus se volvió parte del legado del pueblo, la verdad sobre el alma de Doña Elena sirvió como un recordatorio eterno sobre la importancia de la compasión y la memoria.

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En un pequeño pueblo, la vida transcurría con normalidad hasta que la llegada del coronavirus alteró drásticamente la rutina de sus habitantes. Sin embargo, algunos comenzaron a murmurar sobre una leyenda que hablaba de un alma en pena, una persona que había fallecido trágicamente en el pasado y que, por razones desconocidas, había regresado para buscar venganza. A medida que la pandemia se extendía, los rumores se intensificaron, sugiriendo que el virus no era simplemente un agente patógeno, sino una manifestación de esa alma atormentada, deseosa de hacer justicia por los agravios sufridos en vida.

La historia se centraba en un antiguo médico del pueblo, conocido por su dedicación y altruismo, quien había sido víctima de la indiferencia de sus conciudadanos en sus últimos días. Se decía que, tras su muerte, su espíritu había quedado atrapado entre el mundo de los vivos y el más allá, alimentándose de la tristeza y el sufrimiento de aquellos que lo habían ignorado. Con la llegada del coronavirus, los habitantes comenzaron a experimentar una serie de infortunios: enfermedades, pérdidas y un creciente sentido de culpa que los llevó a cuestionar sus acciones pasadas. La conexión entre el virus y el alma del médico se convirtió en un tema recurrente en las conversaciones del pueblo, donde muchos creían que el sufrimiento colectivo era un castigo por su falta de empatía.

A medida que la pandemia avanzaba, el pueblo se sumió en un estado de paranoia y desesperación. Las calles, antes llenas de vida, se convirtieron en un desierto silencioso, donde los ecos de risas y conversaciones se desvanecieron. Los habitantes, atormentados por la culpa y el miedo, comenzaron a rendir homenaje al médico fallecido, realizando rituales y ofrendas en un intento de apaciguar su espíritu. Sin embargo, la sombra del coronavirus continuaba acechando, y la sensación de que el alma vengativa aún estaba presente se hacía cada vez más palpable. La historia del pueblo se transformó en una advertencia sobre la importancia de la compasión y la empatía, recordando a todos que las acciones del pasado pueden tener repercusiones inesperadas en el presente.


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